sábado, 18 de enero de 2014

LA TIENDA DE PALABRAS

Mi padre tenía una tienda de palabras. Se le ocurrió montar el negocio a raíz de leer un artículo de Juan José Millás. Siempre fue un idealista y le pareció que de esta forma cumplía dos sueños: honrar al genial escritor y vivir de las palabras.
Mi padre creyó que sería imposible sacar adelante el negocio (recuerdo cómo odiaba utilizar este sustantivo al hablar de cultura) pero, quizá por primera vez en su vida, erró. Según él, su éxito fue consecuencia del amor que sentía por su producto.
Recuerdo a mi padre etiquetando palabras, con la delicadeza del músico que hace sonar un dulce instrumento. Recuerdo estar multitud de noches acomodado en la mecedora que fabricó para mí, mientras delicadas bolsas de verbos, sustantivos, conjunciones, adverbios o frases hechas, decoraban los estantes de la tienda. Recuerdo su paciencia al tratar de enseñarme lo moldeable del lenguaje, lo precavido que debía estar frente a todo aquel orador capaz de hacer magia con las palabras, la importancia, en fin, de escoger la palabra exacta en el momento concreto.
Mi padre disfrutaba atendiendo personalmente a cada cliente. Por su tienda circularon multitud de historias. Era común ver al enamorado buscando adjetivos para componer un poema con el que declararse o al escritor desesperado que no lograba encontrar el verbo exacto. Los clientes se marchaban satisfechos. La relación calidad-precio era excepcional, a juzgar por la cantidad de clientes que repetían.
Sólo una vez mi padre enfureció. El motivo fue que un político quiso adquirir palabras del estante “De doble sentido” para redactar su discurso. Mi padre intuyó sus intenciones y declinó la venta. Añadió que sus palabras no serían cómplices de un engaño masivo. El político replicó su intención de adquirirlas de contrabando.

Mi padre ha sido feliz. La tienda ha estado abierta treinta años y nunca le han faltado clientes. Cada noche deseo vivir una vida como la suya, ayudando a mis iguales con algo tan humano como el lenguaje. Ahora, sin embargo, se ve obligado a cerrar. Le han detectado una enfermedad que, si no fuese por sus consecuencias, estoy seguro le resultaría de una enorme sonoridad: Alzheimer. Quizá esta afección borre sus recuerdos, sus palabras, sus capacidades para hablar de forma coherente, pero no podrá con nosotros.*

*Este relato ha sufrido pequeñas modificaciones que, sin alterar contenido, creo lo han hecho mejorar en calidad lectora.
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 Este microrrelato (o relato muy corto) ha recibido una mención de honor en un concurso muy especial sobre la espantosa enfermedad del Alzheimer organizado por CEAFA de Mijas (Málaga). Es todo un placer y un orgullo poder darle más luz a esta enfermedad degenerativa y hacerlo de la manera que más me gusta: escribiendo: gracias 

2 comentarios:

  1. Me ha parecido muy original y emocionante este relato. Enhorabuena por la mención y por la creatividad.
    Un saludo
    JM

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    Respuestas
    1. Juan Manuel, te agradezco que te pases por mi blog y comentes. Si encima te gusta mi relato, ¿qué más puedo pedir? Un abrazo.

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