“Quizás
mañana” era la señal que había pactado con su ayudante. En ese instante, debía
dar el cambiazo y colocar la chistera con el conejo. “Quizás mañana” repitió el
mago, agitando las manos en dirección al mágico objeto. “Quizás mañana” dijo de
nuevo apuntando a la chistera con su varita. “Quizás mañana”, “quizás mañana”...
El abucheo de los asistentes reafirmó su ridículo. El espectáculo había
fracasado. Avergonzado, dejó los artilugios y abandonó a toda prisa el local.
Lo mismo hizo el público berreando maldiciones, invalidando la súplica que brotaba
de las entrañas del sombrero.